sábado, 11 de abril de 2009

Segmento

(Este es un fragmento de algo que quizás termine de escribir o quizás no. Las cosas que me importan suelen quedar incompletas).
Mientras examina el letrero, como buscando en esas cinco letras algo más de lo que ellas dicen, comienzan a caer algunas gotas, muy pesadas, sobre sus ojos. Ya casi no se ve nada, es de noche en Torla, deberá buscar pronto un hotel. No siente frío, hambre o cansancio, es como si en los últimos días su cuerpo se hubiese descolgado hacia algún otro lugar; sólo percibe sus propias ideas y ellas mismas se le aparecen sin fuerza, disociadas en otro tiempo y espacio. Se siente, principalmente, una espectadora. Y sin embargo, sabe que no se debe mojar, sabe que debe comer, sabe que debe dormir. La empuja el sentido del deber.
Ella vive como montada graciosamente en un tiovivo, sin avanzar, retomando viejos caminos, cabalgando sobre caballitos de lata y plástico. Graciosamente, vuelve una y otra vez al comienzo. O al final. No lo sabe. Ella soy yo. Observando el letrero de Torla.
En el auto lleva una maleta, algunos CDs, una botella de agua, un regalo para cuando vea a su hija. Y dentro de su mochila, una libreta donde no olvida anotar, periódicamente, compulsivamente, lo imprescindible.
¿Qué es lo imprescindible hoy?
Vuelve al auto. Suena una voz de mujer. Apaga la radio, la guarda, toma la maleta y entra al pueblo caminando. No sabe manejar por esas calles estrechas, de piedra. Nunca lo hizo. No importa si se empapa, incluso estaba deseando caminar un poco. Buscará un buen hotel, se tomará un café y después se acostará y tratará de reducir esa voz baja de los pensamientos al mínimo posible. Cortar la radio. Un letrero cuelga sobre su cabeza y se mueve con el viento, le da su aprobación.
Pero no encuentra quién la oriente en esas calles donde comienza a sentir el frío de una tormenta que no parece de verano. Se está calando, me calo pero sigo montada en un tiovivo sicodélico, camino bajo la lluvia pero al mismo tiempo giro sobre las cabezas de la muchedumbre en una feria de atracciones y soy la atracción principal. Es imposible callarse, sonar callada. Afuera todo está en sombras y dentro el corazón palpita demasiado rápido y se sobresalta cuando entre el público chillón sorprendo la cara triste de mi hija. Paso con mi caballito frente a ella y veo que me pide que baje. Ni aun así logro parar el carrusel. Ni con toda la fuerza de sus ojos pinchando los míos. Me persigue, en los caballitos de atrás, un grupo de escritores muertos.
Los turistas han ido a cambiarse de ropa o a comer, la gente del pueblo está en sus casas haciendo alguna cosa que ella quisiera espiar detrás de esas ventanas atiborradas de flores. El pueblo que debiera parecer jovial, un pueblito de piedra en los Pirineos, de pronto le parece algo siniestro, las nubes se adivinan en el cielo, en las montañas destellan los relámpagos y el paisaje entero parece querer decirle que este viaje es malo, que está fallido, que no debió ser desde el primer día, cuando metió las cosas en la maleta y llamó a la agencia para solicitar un pasaje. Quizás tenga que ver con el desvío que decidió hacer: en vez de llegar directamente a París, optar por Barcelona y rehacer una ruta recorrida diez años antes, sin nubes negras, sin relámpagos en el horizonte. Sí, quizás debiera haber ido por París, olvidarse de todo, caminar en línea recta hacia el futuro y no en espiral, como un animal enfermo.
El carrusel gira. ¿Por qué aquí? ¿Por qué no allá? ¿Qué es un acelerador de partículas? ¿No es ella un acelerador de partículas? ¿Y si se rompe y estalla? ¿Y si el mundo es tragado por ese estallido? ¿Y si todo comienza a desaparecer por ella misma, por su cuerpo? ¿Y si ella es el origen de un gran agujero negro?
Divisa a un hombre mayor, vestido con un impermeable, y se acerca a él. Aunque está desesperada, puede aún anticipar las respuestas de los otros. Ahora anticipa una respuesta hosca. Pero no. Hay un hotel muy cerca, le dice él. Observa con atención enferma su rostro de emisario del infierno. Los dientes volados. La mirada que no se fija en un punto. Surcos caóticos rayándole la cara. Hay un hotel muy cerca, calle arriba, y está muy bien de precio.
Sin quererlo, lo mira de arriba abajo, traga toda la información, captura como una máquina los detalles y se sorprende cuando descubre que lleva una venda negra sobre la muñeca izquierda. No puede creer que en este pueblo perdido del mundo un campesino haya querido quitarse la vida. Ni menos que se haya topado con ella una noche de verano y tormenta.
El hotel está prácticamente al lado. Santiago está lejísimos. El carrusel gira y cree que nunca alcanzará la puerta del hotel. El hombre se despide sin palabras. Los escritores muertos la siguen y le gritan que está sola...

3 comentarios:

  1. Cuando vi la foto del carrusel me acordé de un fragmento que leíste en el taller, uno bien pertubador, parecido a esos sueños donde ha desaparecido toda la gente. Quedé pasmado al ver que era el mismo texto. Después me quedé un rato largo pensando en como conecta uno las cosas en su cabeza.
    Espero que lo termines de escribir a riesgo de que me imprimas otra imagen terrible en el cerebro, pero, ¿No está para eso la buena literatura? Para imprimir imágenes, sensaciones.
    Abrazo,
    Cristián.

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  2. Trato de seguirte, pero no es simple dejar un comentario.
    No sé si es posible escribir una novela en el presente. No sé si es leíble, no sé si es soportable. Tampoco sé por qué todos queremos escribir esa novela. Tal vez porque definitivamente el pasado no nos interese (o nos dé mucho miedo, a tal punto que no nos interese), tal vez porque no queramos escribir ninguna novela.
    En el texto sobre el canto de las sirenas, Blanchot dice que el relato es una historia tan excepcional, que consigue desprenderse del tiempo, o de su realidad. Como era francés, me imagino que concebía la realidad como un carrusel.
    Cariños, tu amiga que ya no está en París, y que echa mucho de menos los carruseles.

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  3. Cristian, gracias por el comentario y en realidad me sorprende que te hayas anticipado, aunque probablemente esto indique, solamente, que soy muy predecible (¡o tú muy aventajado!)

    Claudia, Levrero (que por cierto no es la biblia, pero que me está gustando tanto) dice que hoy, cualquier cosa que se ubique entre tapa y contratapa, puede ser considerada una novela. Lo curioso es que aun así la novela ausente siga ausente.
    Me divirtió el salto de las sirenas de Blanchot al carrusel.
    La escritura es un desastre, los libros que debieran venir ya vendrán o no vendrán,
    "los libros están escritos, el universo está silencioso, los seres están en calma".
    Me dio mucho gusto verte por aquí, mi querida amiga que ya no está en Francia, o sea, que sigue lejos, pero en otra parte.

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