viernes, 17 de abril de 2009

Romper a Alone



"Sentí unos pasos a mis espaldas. Me volví. La figura homérica de Farewell me observaba con las manos en jarra. Me preguntó si me sentía mal. Le dije que no, que se trataba tan sólo de una zozobra pasajera que el aire puro del campo se encargaría de evaporar. Aunque estaba en una zona de sombras supe que Farewell había sonreído. (...) Durante un rato ambos permanecimos en silencio. Luego Farewell dio dos pasos en dirección a mí y vi aparecer su cara de viejo dios griego desvelado por la luna. Me sonrojé violentamente. La mano de Farewell se posó durante un segundo en mi cintura. Me habló de la noche de los poetas italianos, la noche de Iacopone da Todi. La noche de los Disciplinantes. ¿Los ha leído usted? Yo tartamudeé (…) Entonces la mano de Farewell se retorció como un gusano partido en dos por la azada y se
retiró de mi cintura, pero la sonrisa no se retiró de su faz. ¿Y a Sordello?, dijo. ¿Qué Sordello? El trovador, dijo Farewell, Sordel o Sordello. No, dije yo.
Mire la luna, dijo Farewell. Le eché un vistazo. No, así no, dijo Farewell. Vuélvase y mírela. Me volví. Oí que Farewell, a mis espaldas, musitaba: Sordello, ¿qué Sordello? (…) Sordello, que no tuvo miedo, no tuvo miedo, no tuvo miedo. Y recuerdo que en aquel momento yo tuve conciencia de mi miedo, aunque preferí seguir mirando la luna. No era la mano de Farewell que se había
acomodado en mi cadera la que provocaba mi espanto. No era su mano, no era la noche en donde rielaba la luna más veloz que el viento que bajaba de las montañas, no era la música del gramófono que escanciaba uno tras otro tangos infames, no era la voz de Neruda y de su mujer y de su dilecto discípulo, sino otra cosa…"



Roberto Bolaño, Nocturno de Chile




La cita de Nocturno de Chile puede servir para ilustrar una idea, una idea vaga, por cierto, una idea que recién comienzo a formar pero que por lo mismo quizás sea interesante compartir y alimentar.
En este pasaje, en que se plasma ese rintintín que atravesará la novela (“Sordello, ¿qué Sordello?”), se encuentran el protagonista y delirante narrador, Sebastián Urrutia Lacroix, y el crítico por excelencia, el famoso, “homérico” Farewell, quien aparte de intentar seducir a Urrutia, despliega aquí una gran cantidad de referencias europeas, italianas, y sobre todo, menciona a ese poeta o trovador, Sordel o Sordello. Bolaño tenía una particular inteligencia para despertar esos ecos del lenguaje que algunos teorizan como lo semiótico, lo fluido, lo que excede toda racionalidad: sordel, sordello, evoca lo sórdido, la suma de esta escena decadente en que los dos personajes, reunidos en el fundo de Farewell con Neruda, la mujer de éste y un aprendiz del poeta, exhiben al lector sus debilidades y algo más que sus debilidades: sus iniquidades, sus hipocresías.
La escena es particularmente transgresora; tras el nombre de Urrutia y el seudónimo de Farewell, laten el nombre y el seudónimo de dos importantes críticos de la historia literaria chilena, José Miguel Ibáñez Langlois y Alone (Hernán Díaz Arrieta). Muchos lectores contemporáneos habrán leído primero este pasaje que sus textos (que quizás jamás lleguen a leer). Se puede decir, entonces, que Bolaño engendró una escena mítica y patética de la literatura chilena. Mito o interpretación, se nos dirá, de rasgos particulares de los aludidos, pero por sobre todo, desenmascaramiento de cierto tipo de discursos que han venido encorsetando las prácticas culturales que a través de su escritura Bolaño desea (y consigue) liberar.
Esto a modo de introducción. Porque deseo servirme de esta escena, para ahondar en el lugar ambiguo de uno de los escritores que la inspiran, el crítico Alone (1891 - 1984).
En la novela, Farewell es un crítico famoso, apatronado, poderoso y homosexual; este último rasgo se presenta en la narración de forma sibilina y perturbadora. De Alone, se conoce su condición bisexual, subrayada públicamente por diversos autores, entre ellos, el historiador Gonzalo Vial en el prólogo al Diario íntimo del crítico (publicado el 2001). La relación que se establece entre el crítico de la ficción bolañeana y el crítico real se debe en gran medida a este rasgo, que durante años fuera un secreto a voces entre las élites vinculadas con el escritor.
A Alone lo llamo, indistintamente, crítico o escritor, porque ejerció ambas prácticas: escribió, en su juventud, una novela con carácter de diario íntimo, La sombra inquieta (1915) y un libro más antiguo aún, en la línea de tantos que se publicaron a principio de siglo y que contenían los materiales más diversos: Prosa y verso (1909), en que la prosa corría por cuenta suya y el verso, por la de su amigo Jorge Hübner. Ninguna de estas experiencias fue lo suficientemente feliz para Alone, quien masculló a lo largo de su vida las líneas de… una novela ausente, como tantas otras. Sobre el trabajo que realizó como crítico se ha dicho bastante, sobre todo frases hechas. Se han escrito libros que no son más que homenajes, y también textos airados que lo combaten, pero pienso que él pertenece a una extraña categoría literaria, la de aquellos fenómenos tan vistos que realmente no los ve nadie. Aquellos autores de los cuales todos hablan o creen saber algo, pero de los que nadie (o casi nadie: no pretendo ignorar algunos buenos trabajos que existen sobre Alone) ha leído nada. Sus “crónicas literarias” (prefería llamarlas así antes que “críticas”), resultan extemporáneas. Quienes lo agasajaron con sus comentarios resaltaron cuestiones de estilo, afinidades literarias, hallazgos afortunados. Quienes lo atacaron y hoy lo atacan -con justa razón- ponen de relieve su arribismo, su conservadurismo, los contornos demasiado precisos de su crítica impresionista.
Afortunadamente, vivimos un momento en que las relecturas son algo más que un vicio privado: son necesarias para la reconstrucción de los discursos hoy en entredicho, el discurso histórico, el discurso literario. La lectura situada de estos textos que forman parte de un pasado común –en este caso, una vasta construcción textual que da cuenta ni más ni menos que de los modos en que se fue construyendo en Chile la noción de crítica literaria y de la inserción en el campo literario de voces profesionalmente “autorizadas” y a veces autoritarias- se convierte en desafío productivo, pues nos permite desmantelar los estereotipos instalados, desestabilizarlos, darles un nuevo sentido. Más allá de las imposiciones de este posmodernismo o sobremodernismo y sus incautaciones vacías de estilos diversos y autores inconcebibles, pienso que es útil mirar hacia esa cara oculta de la luna donde habitan los libros no leídos o bien, los que recogen textos como los de Alone: tan leídos y sobados desde sus propias lógicas y limitaciones, que resultan nuevos al referirse a ellos desde nuevas discursividades.
Por eso pienso que hay que leerlo y dejarse estremecer por su ambigüedad, por sus desmarques y fugas, por su difícil acomplamiento a la realidad evidente de lo que llamaban y llamamos todavía hoy “la literatura chilena”.
Alone fue europeizante en un momento en que a través de las producciones simbólicas se fortalecía el imaginario nacional homogeneizador de las diferencias locales y en que quizás el criollismo (su polémica con Latorre es conocida) fue un obstáculo más que un dinamizador del pensamiento local; fue excluyente y conservador, pero también supo leer en los textos de sus contemporáneos ciertas marcas o diferencias significativas. Respetó y admiró a autoras como Gabriela Mistral cuando críticos archiconservadores, como Pedro Nolasco Cruz, sólo sabían denostarla. Reparó en Brunet y en Neruda, en un momento en que reparar en ellos no era precisamente fácil. Como crítico hubo matices que le dieron cierta complejidad a su expresión, aunque por supuesto hoy resulte difícil digerirlo (y no rayar y rayar sus párrafos, tantas veces egoístas, excluyentes, clasistas; comprendo y comparto algunas de las ácidas críticas que otros lectores dejaron en los ejemplares que consigo en la biblioteca).
Hay que hacer dialogar, además, al crítico con el escritor; su Diario íntimo, publicado de manera incompleta, es realmente notable por las tensiones que escenifica. Emerge allí su compleja relación con la sociedad a la que pertenece. Se revela la conocida problemática de la representatividad del intelectual, ajeno a la clase que representa, colocado en un lugar otro desde el cual defiende los intereses ya sea de los poderosos o de los marginados, con una voz equívoca y ajena.
Nacido en una familia aparentemente venida a menos, por lo que él mismo relata en los textos reunidos bajo el título Pretérito imperfecto (recopilado por Alfonso Calderón unos años antes de la muerte de Alone), se hizo camino en los salones de la “buena sociedad” cuidándose, como Edwards Bello, de caer en la “siutiquería”, ese mal tan pésimamente visto por los miembros de la élite chilena. Su deslumbramiento en aquellos bailes que presencia sin bailar, sin participar, ocupando un costado de la pista, pero pendiente de observarlo y anotarlo todo, como si fuera él mismo su querido Sainte-Beuve, nos informa sobre la construcción de una soledad que va más allá del hastío existencial al que apuesta en su escritura, una soledad que es más que un seudónimo a lo belle époque, una soledad que es en sí misma su condición de intelectual alineado del lado del abolengo y la riqueza.
Sería interesante poder reconstruir, a través de la lectura de los textos de Alone, su errática construcción autorial y vivencial, desde la singularidad de sus opciones críticas (de la lectura de los clasicistas franceses a la egocéntrica apropiación de Cárcel de mujeres, de María Carolina Geel), a los desacomodos de su trayecto por una ciudad polarizada (de los salones y casas de familia a los rincones nocturnos de la Quinta Normal).
Hilar no el discurso que construye y objetiva, sino aquel que no termina jamás de hilarse, mostrándonos así los múltiples trayectos de la experiencia.
Pero estas son solo ideas. Ideas alineadas. La crítica de Alone que imagino, aquella que quizás pueda ayudar a explicarnos lo que con tanta efectividad logra decir Bolaño o que quizás pueda refutarlo, o abrirlo, ésa está por escribirse todavía.

2 comentarios:

  1. Es particularmente importante retomar la discusión sobre la crítica en Chile. Ya sea la crítica moderna que abisma Bolaño en la novela, la que practica Lihn en la poesía o la que el mismo Alone esbozara. Hay algo en esa historicidad fallida, ese trabajo de postas que llega hasta nuestros días descompuesto y desarticulado, que pareciera reclamarnos un arrojo mayor. Ojalá tus elocuentes indagaciones puedan engastar tu discurso en esa arpillera raída que es la historia literaria de nuestro país. Es deber nuestro, éticamente hablando, hacernos lugar en los diálogos entre sistemas y campos de poder. Esta voluntad es escritural y en tu caso se muestra saludable.

    Felicitaciones.
    Si quieres colaborar con la calle passy o contrafuerte, escríbeme a amacaballofat@gmail.com

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  2. Gracias, Juan Manuel.
    Quisiera seguir poder trabajando en el caso de Alone, y también, particularmente, en Raúl Silva Castro.

    Saludos

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