martes, 14 de abril de 2009

La maldición de Oscar


Oscar Wao divierte y duele a la vez.
Nada más ver las primeras notas a pie de página, altamente informativas sobre la política de Trujillo y sus esbirros, se percibe la novela de dictador, pero en un formato nuevo y alucinado. La violencia se apodera lentamente de la novela y la siniestralidad del poder asoma entre las costumbres sociales y los deseos sexuales de los protagonistas. Son los actores que interpretan el drama del “fukú” -la maldición endémica del Caribe-, los gafes en quienes se han enquistado el dolor y la soledad.
La maldición afecta a toda la familia de Óscar, desde su abuelo, muerto en una de las cárceles de Trujillo, hasta Óscar mismo, obeso y delirante escritor cuyas lecturas y experiencias vitales transitan entre El señor de los anillos, los juegos de rol y las películas de ciencia ficción, con el menos (y el más) de ser un inmigrante dominicano en Estados Unidos. Un caribeño que, a diferencia de todos sus compatriotas, es virgen.
La épica de Oscar se desata durante un verano, de vacaciones en su país de origen, cuando decide tomar las riendas de su ridícula situación.
El spanglish de la novela y sus tránsitos entre la cultura popular y el informe político se entremezclan en los relatos de distintos narradores. Y Oscar se pronuncia sobre el desordenado devenir familiar con voz altisonante y ajena, una voz, la suya, y una actitud, que le han valido comparaciones evidentes con el pesado y entrañable Ignatius Reilly, de la Conjura de los necios. Una asimilación a esa gran novela que nos parece le resta brillo propio a esta primera novela de Junot Díaz (1968), escrita bajo otros parámetros culturales (diversidad cultural, inmigración, tercermundismo) y cuya crítica se enriela hacia otros objetivos.
Como sus antecesores, Oscar rodará cabeza abajo al laberinto enigmático de una plantación, donde van a parar los opositores, los poco precavidos, los apasionados de esta novela. Pero habrá logrado su objetivo. Heroica y desesperadamente, conseguirá romper el fukú.
La novela es muy recomendable (en estos días me parece que esa palabra reverbera tristemente en el mundo bloggero, a raíz de un comentario que entiendo más bien retórico y algo descuidado, de Roberto Merino), porque abre un camino a la novela política, desprovista aquí de estructuras maniqueas. Nada más hay que compararla con un texto precursor, El señor presidente (1946), del guatemalteco Miguel Ángel Asturias. El humor de Junot Díaz es muy valioso: los esbirros, caricaturescos, esperpénticos, son finalmente reales, su amenaza es real. Pero esa amenaza funciona en una atmósfera de referencias propias y aparentemente ajenas, muy bien trabadas, que deja abiertas las posibilidades de lectura, que no cierra con candado, que no alecciona ni moraliza.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Un poco tarde tal vez a la publicación de esta nota, pero lo siguiente ocurrió hace poco. Tratando de resolver qué podía ser buen regalo para una amiga muy cercana, recordé el efímero comentario que me hizo una mañana tras leer esta publicación de Lorena: "Me dieron muchas ganas de leer el libro ese sobre Oscar Wao"...y no sólo recordé el comentario, sino aquello que pensé cuando lo escuché: "caramba, debe ser estupendo generar en otros buenos lectores un deseo de lectura".
    Nada, gracias Lorena porque me imagino que mi amiga estará disfrutando con gusto de esta novela...

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  3. Si es la misma amiga cercana que yo pienso... ¡le estoy debiendo un regalo! ¡Y estoy pensando, precisamente, en lecturas!
    Gracias por el comentario, me imagino que además hoy es un buen día para escribir.

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