jueves, 6 de enero de 2011

Dos historias breves, dedicadas


Una historia dedicada a Claudia Amigo (por lo de las avestruces flaubertianas):

«Había una vez un famoso imitador de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un pico de
cartón, salía al ruedo y comenzaba a dar de saltos y a piar. ¡El avestruz! decía la gente, señalándolo, y se moría de risa. Su imitación del avestruz lo hizo famoso en todo el mundo. Durante años repitió su número, haciendo gozar a los niños y a los ancianos. Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba volviendo más triste y en el momento de morir llamó a sus amigos a su cabecera y les dijo: ‘Voy a revelarles un secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he querido imitar al canario’».

Y otra historia del mismo y hermoso cuento, dedicada a todos aquellos que se resisten a desaparecer:

«Yo soy como ese hombre que después de diez años de muerto resucitó y regresó a su casa envuelto en su mortaja. Al principio, sus familiares se asustaron y huyeron de él. Luego se hicieron los que no lo reconocían. Luego lo admitieron pero haciéndole ver que ya no tenía sitio en la mesa ni lecho donde dormir. Luego lo expulsaron al jardín, después al camino, después al otro lado de la ciudad. Pero como el hombre siempre tendía a regresar, todos se pusieron de acuerdo y lo asesinaron».


("Por las azoteas", Julio Ramón Ribeyro)

2 comentarios:

  1. Ese cuento es buenísimo.
    También es buenísima su autobiografía.
    ¿Donde leíste el cuento? ¿Llegó alguna antología?

    Buen blog!

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  2. Alejandro, gracias.
    El cuento lo leí en una antología de Cátedra, de fines de los noventa. Y hace poco vi una jugosa antología (de jugoso precio), donde también aparece: La palabra del mudo (Seix Barral, 2009).

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