
Algo no me convence. No. Paso cincuenta, cien páginas. Voy por las doscientas. Y no me convence y quedan todavía otras quinientas y quizás sea el momento de detenerse, porque volverse atrás no se puede, la lectura sólo puede avanzar o detenerse. Debí saberlo cuando empecé El pasado, con tanto gusto, tan contenta, y debí ser prudente cuando iba en la página 100 y debí ser responsable cuando en no sé qué página las maquinaciones de aquella mujer comenzaron a enfermarme pero más que ella comenzó a enfermarme el otro, el llorón, y un hospital bonaerense donde un niño nace y una dictadora se muere, pero nada, no terminé la novela por así un pelo, todo un fracaso, pero no un fracaso de la novela, no, porque esto suelo asumirlo como un fracaso propio, y mientras el libro engorda y devora lectores, yo caigo, qué me dicen, en el marasmo.
Lo de El pasado, hay que reconocerlo, fue duro, sobre todo por la cantidad de frases que alcancé a subrayar y repetirme solemnemente. Pero se trató de algo esporádico, inesperado, porque aquello es literatura argentina y la literatura argentina suelo seguirla hasta el final. Y afortunadamente no por un a priori geográfico, eso siempre trato de saltármelo. Las cosas se han dado así.
Pero lo de ahora. Ahora hablamos de palabras mayores y de un problema vital, cerca de 800 páginas pero no sólo eso, sino que 800 páginas de decadencia familiar, de pequeñas intrigas y largas descripciones, de nombres de compañías y menús del medio oeste americano, de dineros ganados, prestados y perdidos, de coordenadas geográficas y académicas, de observadísimos detalles, de enfermedades terminales y nerviosas, de acciones de gracias, navidades, paseos por Manhattan y de fracasos, muchos fracasos. Y me digo: no sirvo para esto. Me veo a mí misma con el libro entre las manos abiertas, extendidas, queriendo recortarlo, clamando a gritos por una comparación menos, descompensada por este narrador bulliciosamente informado, pero sobre todo perpleja por ese mundo, por la novela tan cacareada, por ese mapeo extremadamente preciso del éxito y el desasosiego.