domingo, 28 de marzo de 2010

No hay imagen

El blog sigue. Tenía que ser. De pronto Chile tembló y así temblé, con todos, pensando que se caía mi edificio, pensando simultáneamente en los que estaban y los que no estaban conmigo, en los que morían y en los que no morían: pensamientos que tuvieron todos. Cerré los ojos y al abrirlos el mundo seguía estando, aunque desde ese instante se podía intuir el desfile de sucesos, la sensación de derrumbe general.

He estado callada, como se debe estar cuando todo lo que se dice resulta estúpido.
Y es que estúpida, me reí con toda la boca por las penurias de la política chilena, consciente de que hay que hacer algo más que reírse... consciente de que necesitaba hacer lo que sé hacer: reírme menos y seguir leyendo.

Poco antes del terremoto me llegó de Tomé un libro oscuro y triste, con la tristeza de una pantalla que parpadea en la madrugada. Debo un comentario del libro, porque se antepuso al comentario el terremoto enorme. Y en los días que siguieron intenté recordar cómo era Tomé. Pensé en la madre de una amiga, una mujer genial, que nos llevó ahí, también a Laraquete, Dichato, Lota y Coronel, en un fito medio destartalado. Con ella hicimos una inolvidable travesía de Concepción a Chillán, muertas de calor y de asfixia, por caminos de tierra y el fito adelante, sin parar, y las tres mujeres y un niño pequeño, con nuestro objetivo muy claro, cansadas pero felices de escaparnos. Ese viaje fue hace mucho tiempo y solo quedamos dos de sus protagonistas y ninguna vive ya en la casa de San Pedro de la Paz.

Recordar, pensar y leer es difícil cuando escuchas por días la letanía de los medios. Se puede, aunque con la seguridad de que estás mal enfocada (siempre). Qué te pasa, dices. Y la bulla alrededor, la sensación de estar oyendo mucho, te impide escucharte.

No tiene nada que ver, o tiene mucho que ver, pero además de la poesía que viajó desde Tomé y que recibí confesando mi tontería de no poder leer poemas, leí durante este tiempo las Obras Completas de Marta Brunet, algo que me descolocó totalmente y que agradezco y de lo que quisiera decir tantas cosas, desde que me ayudaron a entender de otra forma El lugar sin límites, de José Donoso, hasta que con esos libros entendí de otra forma el país de silencio que es Chile.

Y sin que tuviera nada que ver o tal vez sí, porque en eso los libros son misteriosos y guardan siempre cierta analogía con algún proceso mental, aunque sea con la enajenación, leí una novelita de Mario Levrero, Nick Carter, que me trajo nuevos y ambiguos recuerdos, de la literatura pornográfica que escribía alguien que conocí hace mucho tiempo (menos interesante que Levrero, por desgracia).

Leí fragmentos de libros que no pude terminar porque no era el momento. Y escribí un poco y decidí, aunque a veces no quiera, seguir escribiendo este blog para nada y llamarlo pública y privada: sin novela, sin novela ausente porque la novela ausente ya me daba náuseas.

No encontré imágenes con que ilustrar este posteo. Siempre me gusta buscarlas.

El terremoto continúa siendo esta noche, ahora está siendo.

Mi planeta jadea y jadea.