martes, 15 de septiembre de 2009

Circo pobre

“Del ‘Circo Internacional de fieras de los hermanos Carrizo’ sólo quedó un extraño nudo de algas, payasos, artistas y el tongo de hule negro del señor Corales flotando entre los huiros como cabelleras largas en movimiento, en movimiento…”

"Cuando los ataúdes se hacen a la mar", Alfonso Alcalde


Nunca se me olvidó este cuento de Alcalde, en que un modesto circo de fieras toma mal una curva bajando hacia Tomé y ejecuta, en el aire, su última y dilatada función. Los habitantes del pueblo la observan, entre descreídos y extasiados.

Alcalde escribió más de una vez sobre circenses (decía haber trabajado con ellos). Los de esta historia van a parar al cementerio de Tomé, como el propio Alcalde, mirando al mar. Parias, todos. Y por eso me acordé de ellos cuando leí la novela Jueves, publicada por Luis Valenzuela el 2008 (Calabaza del diablo). Porque Betulio, Fresno y Valenzuela, sus protagonistas, también lo son. Y esperan como payasos pobres, con pocos derechos y menos pretensiones, que algo ocurra. No les es dado esperar lo extraordinario (Godot les queda muy grande): lo que ellos esperan es una vaga celebración que les permitirá encontrar una todavía más difusa felicidad. Beben unas cervezas. Miran la tele. Están siempre "ad portas" de algo. Nada extraordinario les acontece porque incluso lo extraordinario (la seducción, el incesto, el homicidio, la estafa) tienen en el relato del parco narrador un tufillo triste. Los personajes viven atrapados en una talla infinitamente fome.





La novela presenta ocho horas de espera: desde las 19:19 hasta las 2:52 de un jueves. Por las descripciones de escena y los diálogos de los protagonistas, se podría asumir su atractivo en cuanto texto dramático. Pero da cabida igualmente a la relación biográfica, un relato de formación un poco insulso, en que el narrador, semihuérfano, sienta a la mesa a la familia de sus tíos, un clan con algo de La matanza de Texas. Entre ellos se encuentra una prima homicida, (la "puta", la "coja") que seduce y repugna al misógino narrador. Si bien el relato de infancia no avanza o avanza poco y me parece uno de los puntos más débiles de la novela (es donde además se instalan las redes de la autoficción, lectura autorizada por la mención, una sola vez, del apellido "Valenzuela"), es a partir de él que se va construyendo la voz monocorde que avanza hasta el final, hasta estar "ad portas" de la nada misma, en la secuencia final de la novela. Esa voz es producto de un trabajo severo y sobre ella se edifica este departamento de 35 metros cuadrados, en que tres parias que no son orilleros, desterrados ni marginales, porque su lugar está bien anclado en un tipo de clase media, despliegan su indolencia, su falta de energía vital, sus horizontes en el loco destello de la tele, en las rutinas del novio de Chile, Pepe Tapia, en las discusiones chovinistas sobre la nacionalidad de Raquel Welch.

A ratos, el grupo deja desahogarse al literato Fresno, pobre de referencias, que "sabe muy poco de literatura", que "huele lo literario a medias y lo vomita" y que, sin embargo, promete algo, no saben bien qué, quizás tan solo la reproducción de los dichos del escritor Fernando Paso, que tanto recuerda al conversador Macedonio y a cuyo funeral acuden los tres amigos soltando su risa payasa.

Si bien las alusiones metatextuales son modestas, deliberadamente torpes, en Jueves se palpan literaturas. En mi lectura, la de Alcalde, aunque la suya sea más generosa con la miseria, dejando que se cuele lo extraordinario; la de Chesterton, en la figura del boliviano Betulio, consagrado al extraño empleo de contar las calles, sus números y sus consumidores y, por otra parte, en cofradías hermanas de El Club de los Negocios Raros, como el aludido Sosemse/SoSeMenS; finalmente, la de Arlt, porque el tránsito de estos amigos por Santiago a ratos pareciera tener un sentido rabioso, santo y oculto. Las referencias y citas, no obstante, celebran los rutinarios parches del espectáculo. Están He Man y Bombo Fica; están Calamaro y las minas ricas de tres amigos triste y esporádicamente excitados.

Jueves es una primera novela curiosa y obstinada; se sostiene en el aburrimiento insoportable, en lo anodino y anecdótico. Y pienso y escribo todo esto un jueves 17 de septiembre en el callado Santiago de Chile, ad portas de la celebración.